Cuando empezamos a estudiar en clase la tectónica de placas y en concreto la teoría de la expansión del fondo oceánico de Harry Hess, uno de nosotros comentó que había visto en redes sociales que la NASA ya no estudiaba los océanos, al parecer por motivos ocultos. Eso nos hizo pensar que sería un buen tema para investigar y publicar en Aulacheck.
Para arrojar algo de luz en este tema, comenzamos haciendo una búsqueda en distintas páginas de divulgación aeroespacial y finalmente acabamos inmersos en las páginas oficiales de algunas agencias federales de Estados Unidos como la NOAA (National Oceanic and Atmospheric Administration), el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS) y la propia NASA (National Aeronautics and Space Administration).
En este punto es importante aclarar que no es lo mismo estudiar los océanos en general (contaminación, temperatura, etc) que los fondos oceánicos (relieves oceánicos) y es por ello que la cuestión no ha sido tan fácil de resolver. Además, como cualquier institución científica, sus estudios no son individualistas, sino que colaboran con muchas otras agencias científicas internacionales.
Los orígenes de la NASA se encuentran en El Comité Asesor Nacional para la Aeronáutica (NACA), creado en 1915 para mejorar la posición de Estados Unidos en materia de aviación como respuesta al éxito de otros. Empezó estudiando la exploración espacial, pero también se enfocó en el estudio de la Tierra y rápidamente se convirtió en una organización de investigación líder en el nuevo campo de la aeronáutica, ampliando los límites de la aviación hasta su transformación en la NASA en 1958.
En relación al tema que nos ocupa, podemos destacar el programa Landsat. Consiste en una serie de misiones satelitales de observación de la Tierra gestionadas conjuntamente por la NASA y el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS). El mapeo batimétrico de los relieves sumergidos se ha basado tradicionalmente en sonares a bordo de barcos y sensores lídar a bordo de aeronaves, ambos esfuerzos costosos y laboriosos. La búsqueda para externalizar esta responsabilidad a los satélites incluye un esfuerzo pionero del oceanógrafo Jacques Cousteau. En el Experimento de Batimetría NASA-Cousteau de 1975, Cousteau y un equipo de buzos a bordo del Calypso trabajaron con los satélites Landsat 1 y 2 alrededor de las Bahamas y Florida. Se posicionaban directamente debajo del paso del satélite cada día, y los buzos medían la claridad del agua, la transmisión de luz y la reflectividad del fondo. Los datos del viaje mostraron que en aguas claras con un fondo marino brillante, Landsat podría medir profundidades de hasta 22 metros (72 pies).
La derivación de batimetría a partir de satélites es un proceso que los investigadores han estado refinando durante décadas. El nuevo método, descrito en un artículo de 2024 en la revista Remote Sensing , se basa en observaciones de luz visible realizadas por sensores de los satélites Landsat 8 y 9, junto con una gran dosis de cálculos físicos. Con el nuevo método quieren mapear las aguas alrededor de las islas y atolones del Pacífico, donde actualmente faltan datos pero que serían útiles para modelar las olas, el transporte de sedimentos y otros procesos. Los mapas también están en blanco para grandes porciones de la costa de Alaska , donde los peligros, incluidos el clima severo, el hielo marino estacional y las fuertes corrientes, han dificultado el trabajo de mapeo convencional.
Entonces, volviendo a la pregunta inicial, ¿la NASA ya no tiene interés en estudiar los océanos? La respuesta es compleja. Por un lado, la función principal de esta agencia desde sus orígenes ha estado más centrada en el espacio, pero eso no significa que no haya participado en misiones oceánicas en colaboración con la NOAA y el USGS, entre otros. Por otro lado, la exploración espacial capta nuestra atención más que la investigación oceánica. Se puede argumentar que hasta mediados del siglo XX los océanos tenían una fascinación igual, si no mayor, para el público en general, pero la carrera espacial del siglo XX desencadenó una mayor financiación para la exploración espacial y resultó en una mayor divulgación. Esto se puede ver claramente a través de una serie de métricas, incluidas las redes sociales, que pueden usarse como un indicador del nivel de interés del público. Por ejemplo, los motores de búsqueda muestran al menos cuatro veces más resultados sobre exploración espacial que sobre exploración oceánica (p. ej., Schubel, 2016) en un momento dado.
Sin embargo, a pesar de todos los logros científicos de la humanidad, aún no tenemos un mapa completo de nuestro océano. En 2017, The Nippon Foundation y General Bathymetry Chart of the Ocean (GEBCO) se unieron en un momento en el que la necesidad de cartografiar el 70 % de la superficie azul de la Tierra era cada vez más urgente y, en ese momento, solo se había cartografiado el 6 % con una resolución adecuada.
La ausencia de topografía submarina detallada estaba obstaculizando nuestra capacidad de gestionar los recursos marinos de manera sostenible y proteger las comunidades costeras de todo el mundo. Consciente de ello, Yohei Sasakawa, presidente de The Nippon Foundation, lanzó el ambicioso Proyecto Seabed 2030 en colaboración con GEBCO en la primera Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Océanos celebrada en Nueva York.
A través de Seabed 2030, las dos organizaciones se han comprometido a construir el marco técnico, científico y de gestión necesario para compilar toda la información cartográfica disponible de los fondos marinos en un mapa digital continuo del fondo oceánico del mundo para 2030.